Los responsables de la misión han proyectado el viaje de Rosetta hacia el cometa de tal manera que el encuentro con el cometa 67P se produzca cuando este se sitúe a unos 675 millones de kilómetros del Sol. Entonces, el cometa apenas presentará actividad y su forma se reducirá a una bola compuesta de hielo y, posiblemente, material rocoso, materiales que, se piensa, pueden constituir los restos inmaculados de la formación del Sistema Solar.
Desde ese momento, Rosetta acompañará al cometa en su viaje hacia el Sistema Solar Interno, lo que permitirá observar los cambios que experimente Churyumov–Gerasimenko al aproximarse al Sol, ya que el aumento de temperatura provocará que el hielo se evapore y arrastre parte del material sólido. De esta manera, se formará la “cabellera” del cometa, que es en realidad una nube esférica de gas, una cola de polvo claramente visible y varias colas de gases ionizados.
Además de ser la primera sonda que tratará de orbitar y realizar un contacto directo con el núcleo de un cometa, Rosetta es pionera en otros aspectos: es la primera sonda espacial en alimentarse únicamente de energía solar a través de dos paneles solares, de 70 metros cuadrados de superficie cada uno, que posibilitan el funcionamiento de la nave a más de 600 millones de kilómetros del Sol.
La complejidad técnica de la misión tampoco tiene precedentes. Investigadores e ingenieros de diversos países europeos han tenido que enfrentarse a retos como preparar a Rosetta para afrontar un largo camino a través del Sistema Solar (con las respectivas variaciones de temperatura), hasta alcanzar el cometa o conseguir, por primera vez, que su módulo Philae aterrice sobre el núcleo del cometa.
Luisa M. Lara - IAA-CSIC